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jueves, 28 de julio de 2011

El desafío ecológico


La actitud de prepotencia ante la naturaleza es una característica del hombre moderno. ¿No es acaso rey de la creación, al que el mismo creador le ordena –según el texto bíblico de Génesis 1, 28 someter la tierra? El filósofo Descartes describía al hombre como “maestro y poseedor de la naturaleza” iniciando así un antropocentrismo que ya dura cuatrocientos años y ha desembocado en una furia tecnocrática y consumista que está destruyendo la naturaleza.

Se ha acusado a la tradición judeo cristiana como responsable del descalabro ecológico ya que, al desdivinizar a la naturaleza, favoreció también el antropocentrismo. En realidad, la visión bíblica es teocéntrica, pues el fin de la creación no es el hombre, sino la gloria de Dios, y la cumbre creacional no es la aparición de la pareja humana, sino el sábado, que es la corona de la creación, y no el hombre.

El hombre no es la primera criatura llamada a la vida, sino que, cuando él aparece en la tierra, después de cinco días de obra de Dios, y en la vigilia del sábado, ya se encuentra en el seno de una naturaleza que se le presenta como ya dada y de la que es encargado como administrador, de ningún modo como dueño o rey. La Biblia no conoce, pues, ese dualismo de hombre y naturaleza que, a través de la Ilustración, pasó a la modernidad. El domino al que Dios invita equivale a edificar o conservar.

Hoy el ecologismo constituye un auténtico reto para las religiones y clama por una solidaridad y pacto entre generaciones, considerando el derecho de las futuras a que no les leguemos una naturaleza corrompida e inviable. La existencia de una especie no está sin más por debajo de los derechos de los hombres en particular o de los grupos humanos, gozando la defensa de la vida de prioridad sobre el crecimiento de la población. Una tierra finita y limitada no se puede explorar a expensas de las generaciones futuras, o las actuales del tercer Mundo. Y si la naturaleza ha de ser sujeto de derechos, esto habrá de traducirse en una organización jurídica mundial que obligue a todos los pueblos y que se ejecute políticamente. El hombre, criatura entre las criaturas, no pude constituirse en la medida de todas las cosas. Sólo será imagen de su creador si se convierte en hombre nuevo, ese nuevo Adán del que San Pablo nos habla en su Epístolas, y si Cristo es el primogénito de toda criatura, es que una nueva creación nos aguarda.

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