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viernes, 27 de enero de 2012
Hijos de la Luz
La luz, en el lenguaje universal, es un símbolo espontáneo de la vida ("dar a luz", "ver la luz por vez primera", son expresiones íntimamente ligadas al nacimiento), de la verdad ("caminar a oscuras" es siempre sinónimo de ignorancia y confusión), del amor (mientras dura la "llama del amor" sigue viva la relación interpersonal)... La tiniebla, por el contrario, será siempre índice de la soledad, del frío, de la desorientación, del error, de la esclavitud.
Para un cristiano la luz puede ser todo un discurso expresivo de que está en la esfera del amor, de la vida, de la verdad, de la cercanía de Cristo Jesús: llevar en la mano una lámpara o una vela encendida es un signo elocuente de esta convicción, así como de la actitud de fe y respuesta que Cristo exige de nosotros.
La tarea que un cristiano ha recibido en esta vida no sólo es la de dejarse iluminar por la Luz de Cristo, sino también la de ser él mismo, a su vez, luz para los demás: “vosotros sois la luz del mundo... brille así vuestra luz delante de los hombres" (Mateo 5,14-16): ser luz para los demás, repartir calor, precisamente porque nosotros hemos recibido todo eso de Cristo; de modo que se pueda decir con verdad que los cristianos son "hijos de la luz" (Efesios 5,8), cosa que deben demostrar sobre todo repartiendo amor: "quien ama a su hermano
permanece en la luz" (1 Juan 2,10).
Una lámpara, una vela encendida durante las celebraciones (o en la capilla ante el sagrario, o en nuestra habitación ante una imagen sagrada) es todo un símbolo de nuestra vida: suavemente, con humildad pero con constancia, un cirio se va consumiendo a la vez que da calor y luz; la existencia de un cristiano también está llamada a gastarse por los demás, dando un testimonio de amor y de verdad, o sea, de luz, consumiéndose lentamente, sin palabras altisonantes, con una luz que le brota de dentro: no es nada extraño que la fiesta del 2 de febrero vaya poniendo de relieve la vida religiosa en la Iglesia como una ofrenda ante el Señor, muy bien expresada en la ofrenda de unos cirios encendidos.
La Luz de una lámpara dice poco o dice mucho. ¿O lo dice todo? Depende de cómo se la encienda y se la mire. Un Cirio Pascual puede ser elocuente o quedarse en un rito más o menos heredado de épocas pasadas. El símbolo de la Luz está pensado, en nuestras celebraciones, para ayudarnos a entrar en el misterio. La luz dice: Cristo, vida, cercanía, fe, atención, espera, verdad, felicidad, fiesta, amor...
Entre la Luz de Cristo -plenitud de Vida y Verdad comunicativas- y la luz existencial de un cristiano, para el mundo, están esas humildes velas que colocamos en el altar, o ese Cirio que preside las celebraciones principales, o la lámpara que arde continuamente ante el Señor Eucarístico: quieren ser signos de algo, no meramente una norma cumplida. Signos de que algo arde y está despierto en cada creyente y en la comunidad entera: la fe y la alegría de los que están convencidos de que Cristo les está presente y que en El se encuentra todo lo que esperan en esta vida y en la otra.
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