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jueves, 5 de mayo de 2011

Mes de las flores para la Virgen María


Mayo está lleno de flores en nuestras tierras y repleto de oraciones marianas en muchos cristianos. Hablar de mayo para muchos es hablar del mes de María, nuestra Madre del cielo, y con nuestras madres no cabe otro lenguaje que el amor confiado y cariñoso. Sabemos que en todas las comunidades cristianas, parroquias y otras instituciones, se honra y canta especialmente a la Santísima Virgen durante este mes. Unas tienen más posibilidades que otras pero toda la geografía debe ser como un inmenso altar en el que, desde todos los costados, se invoque a la Santísima Virgen y le ofrezcan “flores a porfía, que Madre nuestra es.” Muchas familias cristianas y otros grupos de jóvenes, colegios, catequesis... tienen la costumbre de hacer una romería al santuario de su comarca, o por el que sienten una especial devoción. Galicia tiene una geografía donde abundan estos santuarios. Baste recordar los nombres, por ejemplo, de la Santísima Virgen de la Barca, de la Virgen de A Franqueira, Virgen de Chamorro, Virgen de los Milagros de Amil, Virgen de O Corpiño, Virgen de Pastoriza.... Si pudieran hablar esos santuarios, esas imágenes tan queridas por generaciones de cristianos, qué cosas nos dirían, tantas y tantas conversiones, cuántas ayudas espirituales, cuánta esperanza y luz para el que todo eran tinieblas... ¡Cuántos milagros logra la intercesión de la Virgen ante su Hijo, como sucedió un día en Caná de Galilea! Seamos sinceros y reconozcamos que esta alegre realidad se encuentra asociada, de una u otra forma, a la familia. Fue la madre, el padre, los abuelos... los que nos enseñaron a conocer y a querer a la que es Madre de Dios y Madre nuestra. Con ellos fuimos muchas veces a “las flores” a “rezar el rosario”, a “la romería”. Hemos visto rezar, confesarse, comulgar a nuestros mayores, hemos rezado y cantado con ellos, participar en la Misa y procesión, comer y reírnos en familia. Así son los encuentros en el Santuario, que algunos por no entenderlo, desprecian y que, en el fondo, si conocieran su riqueza, añorarían. Las familias cristianas deben no poco a estos encuentros con María Santísima en sus santuarios y parroquias. Ciertamente, las circunstancias socio-religiosas son distintas de las de antaño, pero el ser humano es el mismo. Los motivos incluso para acrecentar nuestra cercanía a la Virgen son todavía más fuertes, dadas las amenazas y verdadera persecución que sufre la familia en aspectos neurálgicos de su ser. Lo sabemos todos muy bien. Lo vemos a nuestro lado y hasta dentro de nuestros hogares. Por ello mismo hemos de procurar y buscar estos encuentros con la Reina de la familia y Reina de las flores. Tenemos motivos sobrados para tejer un precioso ramo, muy personal, día a día. Una flor por nuestros sacerdotes; otra por los niños y niñas de Primera Comunión; otra por los jóvenes que se preparan para la Confirmación... y así hasta treinta y una, los días del mes, que terminarían una consagración personal, mejor en familia, para alcanzar de su Hijo, por su intercesión, ser cristianos coherentes y testigos de su Evangelio en la Iglesia y en el mundo.

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